Ayer edité este vídeo con mis mejores momentos de la cuarentena y creo que está muy bien trabajado, transmite de manera fiel las experiencias más bonitas vividas durante el confinamiento y me proyecta como un nuevo ser de luz, por eso quiero que sirva de introducción al post de hoy.
Que sí, que vale, que el encierro desgasta poco a poco. Yo me hago la chula y miento como una perra. Y digo que lo llevo bien pero la verdad es que me satura tanto soportarme todo el tiempo a mi misma que al final me caigo fatal, termino haciéndoles caso y me desoriento. Estoy hablando de ellas, las voces, te lo cuento aquí:
También me siento cansada de esa fantasía o más bien paranoia colectiva que estamos empezando a sufrir los españoles: todos somos asíntomáticos, todos hemos sido infectados y por lo tanto todos hemos pasado ya el coronavirus porque una vez tuvimos fiebre, tosimos cuatro veces expulsando flemas amarillas y nos dolió la cabeza durante 36 horas. Y todos, por supuesto, creemos que somos inmunes. En serio ¿Alguien me cuenta qué extraña causa provoca esta alucinación patria generalizada? Mientras encontráis la respuesta a tamaña tontería, os tengo que confesar que yo sí soy asintomática 100% y una prueba irrefutable de ello es que no para de sonar en mi cabeza María del Monte cantándome una y otra vez eso de «Yo iba de asintomática y me cogiste de la mano»
Y como lo cuento todo, tengo que confesar que me he detectado un pequeño problema y es que, a medida que avanza el confinamiento, me estoy planteando que quizás no pueda soportar el regreso a la normalidad. Me explico: paso tanto tiempo con mis hijas y con los perros que creo que definitivamente ya no soporto a las personas y temo el momento de tener que acercarme a la gente si algún día termina la cuarentena.
Luego pienso que lo más probable es que nada vuelva a ser como antes en un largo, larguísimo período de tiempo y me sorprendo regocijándome con la idea de que incluso puede llegar a gustarme. Inmediatamente llega el arrepentimiento e intento distraerme con el challenge del papel higiénico.
Pero a los cinco segundos la fantasía de aislamiento perpetuo se transforma en un pensamiento recurrente y me obsesiono. Y ya no puedo parar. No hay marcha atrás, mi cabeza empieza a trabajar día y noche en planear estrategias de supervivencia para evitar el contacto social. Estas son algunas de las cositas que me propongo cuando pienso en un futuro distópico:
- Toser continuamente para que nadie se me acerque nunca más
- Provocarme el síndrome de Tourette cada vez que salga a la calle
- Trabajar cada día en una terapia inventada para alcanzar la distancia social definitiva, no sólo física, también mental
- Tirarme pedos virtuales silenciosos
- Fingir muy mal, para que me lo notes, que me importa que te vaya como el culo
- Pintar mi mascarilla con sangre menstrual cuando tenga que ir la Gran Vía
- Aparentar ser muy feliz en redes sociales para que sientas, más que nunca, que tu vida apocalíptica es una auténtica mierda
- Llegar tarde a todas las citas por vídeo llamada y volverlo a hacer
- Y lo más importante: jamás arrepentirme de nada
Por cierto, hablando de la nada: lo peor de la cuarentena no es que ya no entres en los vaqueros, ni tus cuotas de autónomo impagadas, ni la cerveza del Día, ni tus resacas terribles, ni tus implacables desórdenes emocionales, ni que te hayas convertido en un ser asexual, ni tu recién estrenado trastorno bipolar, ni que prescindas del desodorante por tacaña, ni que nadie te quiera. Lo peor de la cuarentena es que nunca pasa nada:
Porque hoy más que nunca estoy segura de que existe una dimensión paralela donde viven mis medias rotas, mis abonos transporte caducados y mis sueños sin cumplir. Y mientras algún vecino aplaude a las 19,59 h con el Despasito de fondo, en mi cabeza suena ahora Nacho Vegas profetizando un mes de mayo bastante jodido.
(Continuará)